martes, 25 de septiembre de 2018

EL TÍTULO Y LOS PARATEXTOS

1. Mirá el video y luego respondé:

a) Seguramente te diste cuenta de que está en otro idioma. Aun así, ¿podés identificar el tema principal del video? 

b) ¿Qué otro título podría tener el video? 

2. Leé la siguiente noticia. 

Nutrición 

El consumo de unas tres tazas de café al día puede tener efectos beneficiosos para la salud, ya que se asocia con un menor riesgo de muerte, según dos estudios publicados hoy la revista Annals of Internal Medicine. Resultado de imagen para CAFÉ

Los investigadores de la británica Agencia Internacional de Investigación sobre el cáncer (IARC) y del Imperial College de Londres observaron que ese consumo está "asociado a un menor riesgo de muerte por cualquier causa, en especial por enfermedades circulatorias y del tracto digestivo", según un comunicado. 8 

El café, del que se calcula que en todo el mundo se consumen a diario unos 2.250 millones de tazas, contiene sustancias que pueden interactuar con el cuerpo como cafeína, diterpenos y antioxidantes, cuya cantidad puede variar según la forma de prepararlo. 

El autor principal del estudio, Marc Gunter, del IARC, indicó que debido a las limitaciones de la investigación no están "en condiciones de recomendar a la gente que beba más o menos café", aunque los resultados "sugieren que un consumo moderado -unas tres tazas diarias- no es perjudicial para la salud y que incorporar el café a la dieta podría tener efectos beneficiosos". 

Los datos corresponden al mayor estudio realizado sobre los efectos del café en la población europea, donde tanto su consumo como su preparación varían -desde el expreso italiano al con leche en Reino Unido-. Los expertos analizaron datos en diez países de 521.330 personas de más de 35 años procedentes del Estudio prospectivo europeo sobre dieta, cáncer y salud (EPIC). 

Tras 16 años de seguimiento, casi 42.000 personas habían muerto debido a todo tipo de enfermedades, entre ellas cáncer, problemas circulatorios y fallos cardíacos. Los científicos estudiaron los datos, realizando los ajustes adecuados con factores como la dieta o el tabaquismo, y llegaron a la conclusión de que el grupo que consumía más café tenía un menor riesgo de muerte frente a los que no lo tomaban. 

Fuente: Diario Clarín 

a) Ponele un título y un copete a la noticia. Recordá que no se puede repetir información en el copete que ya esté en el título.

b) En los últimos párrafos de la noticia hay información resaltada en color. ¿Cuál es información principal y cuál secundaria? 
Completá las siguientes columnas: 

INFORMACIÓN PRINCIPAL                 INFORMACIÓN SECUNDARIA


lunes, 12 de marzo de 2018


Amigos por el viento
Liliana Bodoc



A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.

Cuando la vida se comporta de ese modo, se nos ensucian los ojos con los que vemos. Es decir, los verdaderos ojos. A nuestro lado, pasan papeles escritos con una letra que creemos reconocer. El cielo se mueve más rápido que las horas. Y lo peor es que nadie sabe si, alguna vez, regresará la calma.

Así ocurrió el día que papá se fue de casa.

La vida se nos transformó en viento casi sin dar aviso. Recuerdo la puerta que se cerró detrás de su sombra y sus valijas. También puedo recordar la ropa reseca sacudiéndose al sol mientras mamá cerraba las ventanas para que, adentro y adentro, algo quedara en su sitio.

–Le dije a Ricardo que viniera con su hijo.
¿Qué te parece?

–Me parece bien –mentí.

Mamá dejó de pulir la bandeja, y me miró:

–No me lo estás diciendo muy convencida...

–Yo no tengo que estar convencida.

–¿Y eso qué significa? –preguntó la mujer que más preguntas me hizo a lo largo de mi vida.

Me vi obligada a levantar los ojos del libro:

–Significa que es tu cumpleaños, y no el mío –respondí.

La gata salió de su canasto, y fue a enredarse entre las piernas de mamá.

Que mamá tuviera novio era casi insoportable. Pero que ese novio tuviera un hijo era una verdadera amenaza. Otra vez, un peligro rondaba mi vida. Otra vez había viento en el horizonte.

–Se van a entender bien –dijo mamá–.
Juanjo tiene tu edad.

La gata, único ser que entendía mi desolación, saltó sobre mis rodillas. Gracias, gatita buena.

Habían pasado varios años desde aquel viento que se llevó a papá. En casa ya estaban reparados los daños. Los huecos de la biblioteca fueron ocupados con nuevos libros.
Y hacía mucho que yo no encontraba gotas de llanto escondidas en los jarrones, disimuladas como estalactitas en el congelador.
Disfrazadas de pedacitos de cristal. "Se me acaba de romper una copa", inventaba mamá que, con tal de ocultarme su tristeza, era capaz de esas y otras asombrosas hechicerías.

Ya no había huellas de viento ni de llantos.
Y justo cuando empezábamos a reírnos con ganas y a pasear juntas en bicicleta, aparecía un tal Ricardo y todo volvía a peligrar.

Mamá sacó las cocadas del horno. Antes del viento, ella las hacía cada domingo.
Después pareció tomarle rencor a la receta, porque se molestaba con la sola mención del asunto. Ahora, el tal Ricardo y su Juanjo habían conseguido que volviera a hacerlas.
Algo que yo no pude conseguir.

–Me voy a arreglar un poco –dijo mamá, mirándose las manos–. Lo único que falta es que lleguen y me encuentren hecha un desastre.

–¿Qué te vas a poner? –le pregunté, en un supremo esfuerzo de amor.

–El vestido azul.

Mamá salió de la cocina, la gata regresó a su canasto. Y yo me quedé sola para imaginar lo que me esperaba.

Seguramente, ese horrible Juanjo iba a devorar las cocadas. Y los pedacitos de merengue se quedarían pegados en los costados de su boca. También era seguro que iba a dejar sucio el jabón cuando se lavara las manos. Iba a hablar de su perro con el único propósito de desmerecer a mi gata.

Pude verlo transitando por mi casa con los cordones de las zapatillas desatados, tratando de anticipar la manera de quedarse con mi dormitorio. Pero, más que ninguna otra cosa, me aterró la certeza de que sería uno de esos chicos que, en vez de hablar, hacen ruidos: frenadas de autos, golpes en el estómago, sirenas de bomberos, ametralladoras y explosiones.

–¡Mamá! –grité, pegada a la puerta del baño.

–¿Qué pasa? –me respondió desde la ducha.

–¿Cómo se llaman esas palabras que parecen ruidos?

El agua caía apenas tibia, mamá intentaba comprender mi pregunta, la gata dormía y yo esperaba.

–¿Palabras que parecen ruidos? –repitió.

–Sí –y aclaré–: Pum, Plaf, Ugg...

¡Ring!

–Por favor –dijo mamá–, están llamando.

No tuve más remedio que abrir la puerta.

–¡Hola! –dijeron las rosas que traía Ricardo.

–¡Hola! –dijo Ricardo, asomado detrás de las rosas.

Yo miré a su hijo sin piedad. Como lo había imaginado, traía puesta un remera ridícula y un pantalón que le quedaba corto.

Enseguida, apareció mamá. Estaba tan linda como si no se hubiese arreglado. Así le pasaba a ella. Y el azul le quedaba muy bien a sus cejas espesas.

–Podrían ir a escuchar música a tu habitación –sugirió la mujer que cumplía años, desesperada por la falta de aire.

Y es que yo me lo había tragado todo para matar por asfixia a los invitados.

Cumplí sin quejarme. El horrible chico me siguió en silencio. Me senté en una cama. Él se sentó en la otra. Sin duda, ya estaría decidiendo que el dormitorio pronto sería de su propiedad. Y que yo dormiría en el canasto, junto a la gata.

No puse música porque no tenía nada que festejar. Aquel era un día triste para mí. No me pareció justo, y decidí que también él debía sufrir. Entonces, busqué una espina y la puse entre signos de preguntas:

–¿Cuánto hace que se murió tu mamá?

Juanjo abrió grandes los ojos para disimular algo.

–Cuatro años –contestó.

Pero mi rabia no se conformó con eso:

–¿Y cómo fue? –volví a preguntar.

Esta vez, entrecerró los ojos.
Yo esperaba oír cualquier respuesta, menos la que llegó desde su voz cortada.

–Fue..., fue como un viento –dijo.

Agaché la cabeza, y dejé salir el aire que tenía guardado. Juanjo estaba hablando del viento, ¿sería el mismo que pasó por mi vida?

–¿Es un viento que llega de repente y se mete en todos lados? –pregunté.

–Sí, es ese.

–¿Y también susurra...?

–Mi viento susurraba –dijo Juanjo–. Pero no entendí lo que decía.

–Yo tampoco entendí.

Los dos vientos se mezclaron en mi cabeza.

Pasó un silencio.

–Un viento tan fuerte que movió los edificios –dijo él–. Y eso que los edificios tienen raíces...

Pasó una respiración.

–A mí se me ensuciaron los ojos –dije.

Pasaron dos.

–A mí también.

–¿Tu papá cerró las ventanas? –pregunté.

–Sí.

–Mi mamá también.

–¿Por qué lo habrán hecho? –Juanjo parecía asustado.

–Debe haber sido para que algo quedara en su sitio.

A veces, la vida se comporta como el viento: desordena y arrasa. Algo susurra, pero no se le entiende. A su paso todo peligra; hasta aquello que tiene raíces. Los edificios, por ejemplo. O las costumbres cotidianas.

–Si querés vamos a comer cocadas –le dije.

Porque Juanjo y yo teníamos un viento en común. Y quizás ya era tiempo de abrir las ventanas.


FIN

Encuesta JIS - ESI

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